sábado, agosto 3

Diario de amor


Y así fue como terminó. No volví a saber nada de él. Nos alejamos y dejamos que la vida nos lleve sola cada uno por su camino. Fue difícil al principio. ¿La costumbre, quizás? Estábamos enamorados, sin lugar a dudas. 

Estudiar se volvió mi principal propósito, ya nada me distraía. Las salidas con mis amigos eran únicas. Juergas de aquí para allá, celebraciones, cumpleaños, aniversarios... pero también tenía esos días de estudio interminable. Esos días en los que estás metido en la universidad de 7am a 9pm y regresas a casa diciendo que ya no das para más. Pero yo si daba, porque mi motivo para el éxito era estudiar. Y por supuesto, la celebración al terminar sería aún más grande. Nunca cambié. Siempre me dije a mi misma que algún día iba a madurar y a estudiar más, pero nunca fue así. Siempre yo haciendo todo a última hora, siempre distrayéndome por el ruido que hizo el zancudo en otra habitación y siempre terminando llorando por alguna carga de sobre-estrés. Fue una tarde en el que me encontraba leyendo en la biblioteca cuando se sentó a mi costado. No le tomé importancia a él, sino al libro que agarró: igual al mío. Nunca lo había visto por los corredores de mi facultad pero al parecer, lo estaba. Me volví a meter en mi libro de nuevo hasta que pasado unos 10 minutos un tímido dedo me tocó el hombro. Volteé. "Disculpa, ¿estás leyendo el capítulo X?". "Sí" sonreí. "¿Me podrías explicar qué significa este término?". "Dale". Y así empecé a pronunciar mis primeras palabras hacia él. Hasta que el bibliotecario nos calló y nos pidió que nos metiéramos a un cubículo. Preferimos (en realidad él me lo sugirió) salir a tomar algo. Fue ahí cuando me senté frente a él y pude ver cómo mis palabras salían hablando de nuestro tema en común sin un mayor esfuerzo. También noté lo mucho que me gustaban sus ojos color café claro y lo rizadas que eran sus pestañas. Sus cejas eran mis favoritas, perfectas. "Lo encontré" pensé. Y tuve toda la razón. Todas las noches salíamos al mismo café donde nos conocimos. A veces me llevaba a su casa y nos pasábamos horas hablando de lo que nos gusta, ya que teníamos TODO en común. Cenábamos juntos, sus tallarines a lo Alfredo eran espectaculares  y no me daban náuseas. Ponía canciones de Coldplay a todo volumen y nos poníamos a fingir que la sala era nuestro escenario. A veces nos echábamos en el sillón  a mirar el techo y fingíamos mirar estrellas... hasta quedarnos dormidos. Era así como él me enamoraba. Conociendo cada gusto mío y disfrutando los dos de lo mismo. Una tarde me preguntó sobre algún amor del pasado, cosa que ya hacía casi dos años nadie me había tocado ese tema. Hablé superficialmente de él, no llegando a temas profundos para no causar incomodidades. Fue muy extraño hablar más de ese tema sin poder sentir nada.
Luego de casi un año y medio, la relación se volvió un poco repetitiva, quizás porque él y yo ya habíamos descubierto todo lo nuestro. Terminamos. Y no me dolió tanto esta vez. Quizás porque ya había madurado. Santiago se volvió un capítulo más en mi vida.

Empecé a trabajar en una empresa de publicidad haciendo mis prácticas. No estaba mal, para empezar. No estaba quizás en el lugar que yo quería porque era recién principiante pero por fin estaba en el campo de mi carrera, por fin vivía el día a día de la vida de un publicista observando su trabajo. Tener mi sueño enfrente mío era alentador. Entre la universidad, el trabajo y el deporte mi vida se volvió muy ajetreada y una vez más no tenía cabeza para pensar en el amor. Ni en el pasado. Aunque habían esas noches de Coldplay que todavía extrañaba. Cuando pasé a otra área en el trabajo me tocó trabajar con el supervisor más pedante e insoportable de la existencia. No congeniábamos, y creo que a él le gustaba ponerme de mal humor. A pesar de que era realmente simpático, su actitud borraba su cara bonita. Me recordaba a esos días en que tenía 18 años  y sólo me fijaba en el físico y poco a poco me daba cuenta que los más guapos pueden ser los peores, porque saben lo que tienen. Mi sí era un no. Mi no era un sí. Cada día el trabajo se volvía insoportable por su sola presencia. Lo detestaba tanto... hasta que un día reventé en llanto. "Ven, salgamos a tomar aire" me dijo. No me quedaba de otra y lo seguí hasta el café-bar de la esquina. Me senté frente a él y solo atiné a decirle "me voy". Acto seguido me agarró la mano y respondió "me gustas". Me paré inmediatamente para salir por la puerta pero su mano me jaló deteniéndome y me agarró la cabeza para plantarme un beso. Lo empujé para que me suelte pero era muy fuerte y me rendí... notando que besaba realmente bien, y que olía delicioso... Fue ahí cuando la frase "..del amor al odio hay un sólo paso.." se hizo presente en mi vida. Me enamoró, y rápido. Rompió aquella coraza de hombre duro que tenía y pudo sacar ese lado que yo buscaba en él. Esa relación se convirtió en la más seria y madura que tuve. Era mi hombre perfecto: guapo, profesional, con un gran puesto y me amaba. Notaba cómo la gente nos miraba en las calles porque irradiábamos amor, parecíamos la pareja de Hollywood, sacada de un comercial de perfume. El trabajo se volvió mi pasión y nuevamente lo disfrutaba. Ir a su departamento luego de un día pesado se volvió mi momento favorito. Amaba ese lugar. Amaba nuestra privacidad. Amaba sus engreimientos. Nuestras conversaciones en la terraza con una copa de vino eran interminables. Era muy culto, y eso me asombraba. Me gradué de la universidad y empecé con mi maestría. Mi vida empezaba a tomar el rumbo y la dirección que yo quería. Era todo perfecto. Una tarde que fui a ese café tan conocido por mí para comprarme una de esas galletas que tanto me gustaban, encontré a Santiago sentado en una mesa con su laptop. Chocamos miradas y no pudimos evitar sonreírnos el uno al otro. "Cada día más linda" fue lo primero que me dijo antes de darme un abrazo duradero. Me senté con él y nos pusimos a charlar. Le conté sobre mi graduación, él me contó sobre la suya, hablamos de nuestros trabajos, hablamos de nuestras metas logradas y nuestros futuros sueños. Me preguntó sobre Rafael. "Estoy feliz" le respondí. "E irradiante" agregó, dedicándome una sonrisa y pude notar la nostalgia que escondía detrás. "¿Y tú?" le pregunté. Él se encontraba feliz también. "...pero te extraño" añadió. Cerré los ojos al procesar aquellas palabras e inhalé profundamente para responderle un "yo también". Al terminar mi galleta y el café extra que me pedí me acompañó a la puerta para despedirnos. "No dejes de ser ese chico al que tanto amé" le dije. "No dejes de irradiar" me respondió. Le sonreí y me acarició la mejilla por unos largos segundos, para luego plantarme esos besos suaves y dulces que él sabía que me gustaban. "No te vuelvas a ir, por favor" me susurró cerca a los labios. Miré esos ojos color café y le acaricié el pelo "tengo que" suspiré. Al notar su mirada solo dije "Tú vas a ser feliz. Pero no conmigo". Él solo se dignó a mirarme con asombro. No entendía. "Ya está escrito. Yo lo sé" agregué devolviéndole el beso, el último beso a esos labios. "Eres grande ¿lo sabes?" me dijo "Te extrañaré mucho". Le respondí  que yo también y me despedí... Sentía que dejaba a una gran persona tras de mí... pero la dejaba para que sea más grande aún. 

Pasado el tiempo las cosas se volvieron insoportablemente perfectas. Mi relación era muy estable. Sentía que los nudos cada vez se ataban más fuertes. El futuro se me venía encima y yo iba a favor de él. Lo amaba, sí, lo amaba, pero había algo que no encajaba del todo. Todo se volvió rutinario. Quizás era su perfección, quizás era su seriedad, o quizás era su madurez. Pero había algo que no me llenaba por dentro, y sentí que dejé de "irradiar". El trabajo ya no me apasionaba porque no llegaba al lugar que yo tanto añoraba. Llegaba cansaba y ya no me sentía como antes con él. Hubo algo que en todo ese tiempo él nunca pudo lograr: completarme. Decidí renunciar a ese trabajo. Rafael me cerró fácilmente ese capítulo de mi vida y yo me fui. Por primera vez después de mucho tiempo me sentí perdida. Tiempo después llegó a mi casa un parte de bodas, era de Santiago. No hice más que sentirme feliz por él. Por fin podía entender lo que yo le quise decir esa noche en el café: la encontró. Esa noche fue bella, ahora él era el que irradiaba y ella lo acompañaba. Se veían felices y sobre todo: se completaban el uno al otro, los dos formaban uno solo. Santiago no dudó esa noche en abrazarme y en preguntarme cómo estoy. Le conté todo, y por primera vez, sentía que él me escuchaba, pero de una manera diferente. "Ven a trabajar en la empresa donde estoy yo, necesitan una publicista". Le dije que no, pero me insistió.  Desde aquella noche no perdí contacto con él y a la semana siguiente ya estaba entrando a trabajar. Me llenaba, esta vez sentía que ahí yo si encajaba. "Creatividad, justo tu especialidad" me dijo Santiago guiñándome el ojo para luego dejarme en mi nueva oficina e irse a su área. No pude evitar sonreír. Éste era mi lugar. 

Pasada varias semanas, entré un día a mi oficina. Al observar el monitor de la computadora pude ver una sombra detrás de mí acercándose. "Hola" me susurró al oído. Salté del susto y al voltear lo vi. Era él. A pesar de los años sin verlo era él sin dudas. No había cambiado nada, solo que ahora era todo un hombre. "¿Qué haces aquí?" pregunté sin poder evitar el asombro. "Trabajo aquí". Ambos sonreímos. Sabíamos lo que sucedía. Sabíamos que nos habíamos vuelto a encontrar. Sabíamos lo que eso significaba. Desde  aquel día todo fue diferente. Los años no hicieron que perdiéramos esa complicidad del uno con el otro. Los años no nos quitó ese compañerismo. Y aunque seguíamos siendo esos tontos enamorados inmaduros que habíamos sido antes,  el pasar de los años nos dió algo: experiencia y madurez. Y a pesar del tiempo algo no cambió en él: me hacía sentir que encajaba perfectamente, que era su pieza del rompecabezas. Me pregunté ¿cómo así? ¿Cómo el destino me pudo traer de nuevo junto a él, habiendo tenido a otras personas en mi vida? y luego llegué a la conclusión, después de leer todo esto: con él nunca cerré el capítulo. 

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