sábado, agosto 2

Ojos Pardos II

“Te he hecho una pregunta” la voz de la chica resonó por toda mi cabeza clavándome aquellos faroles pardos. Wow. Mierda, pensé, Qué hago. Y en una milésima de segundo que me quedé pegado en su  mirada se me ocurrió: mis lentes de sol, infaltables. Bajé mi mano para sacarlos de mi bolsillo trasero y pude ver como ella se tensaba y sus ojos se abrían. Me sonreí para mis adentros, es muy inocente. Antes de que  se eche a correr, saqué los lentes a tiempo y ella no pudo evitar un suspiro de alivio.

Mientras me los ponía inmediatamente, le contesté de manera fresca “no, no tengo ningún problema”. Mis pupilas estaban a salvo. “¿Y qué haces siguiéndome lunes tras lunes?” me dijo con una voz temblorosa. “Vivo cerca” le respondí, y esa vez sí decía de verdad. “¿Oh si?”. Ajá, está de ánimos de sarcasmo, me piqué y asentí, siguiéndole la corriente. “…¿podrías dejar de verme como si fuera un plato de comida?” Fue lo único que llegué a oír. ¿Qué clase de ojos son esos? Brillan de manera excesiva… me distraen, y eso me molesta mucho. De pronto sentí cómo la rabia emergía dentro de mí, por lo impotente que me sentía. Ninguna persona antes me había hecho desconcentrarme de esa manera. “Yo no te estaba mirando” le respondí totalmente cínico. “¿Ah no?” sigue con el sarcasmo, y exploté: “NO”.  Madre mía… me quedé estático al darme cuenta lo que había acabado de hacer. Le grité para sus adentros, pero ella parecía confundida consigo misma. Uff.  Así que atiné a decirle un “NO” que saliera, esta vez, de mi boca para disimular. “Entonces si tú no me mirabas…” Me salvé, bien Alessandro, disimula, disimula… y negué con la cabeza “¿…qué hacías?”  Y lancé una última bomba para declararle mi falsa inocencia “Eso ya no es de tu incumbencia, pero yo vengo acá a descansar así como tú y cualquier transeúnte de este pasaje”. Hasta me sentí mal de ser tan vil mentiroso. Pero ella tiene la culpa, esos ojos la tienen. Hice que me crea, le alojé esa idea a la cabeza… y ella se veía tan confundida, tan perpleja, tan bonita. “Entonces, ¿tú no me observabas?” me preguntó con timidez y negué con la cabeza nuevamente confirmando mi mentira.

No dejaba de mirarme, de querer encontrar el misterio detrás de mis lentes. Quizás sabía que le estaba mintiendo, es muy perspicaz. Antes de que dudara de mí la miré y susurré en su mente que yo no la miraba ni iba todos los días a esa banca… y para divertirme un poquito más, como un suspiro agregué: estás un poco paranoica, estás lo… “Pues bien, disculpa” me interrumpió y se fue. Me dejó perplejo, una vez más. La odio, nadie me deja así.

No fue ningún lunes más a ese maldito café. Pasé un mes sentado en la banca esperándola,  y no pareció ni su sombra, pero no me rendí, hasta que, finalmente, la vi acercándose por la esquina comprando en el kiosko. Estaba radiante. Había extrañado aquel pelo liso, esas piernas pequeñas pero fuertes y, sobre todo, aquellos ojos que yo estaba a punto de ver de cerca. Guardé el periódico que estaba leyendo e hice que una pareja de ancianitos que andaba en el pasaje vayan al café y se sienten en la mesa cuadrada. Hice que se todos los transeúntes llenaran el café. Ya no había sitio para ella.


Al ver la banca vacía, no le quedó de otra que sentarse allí, y justo cuando yo también me senté  para ver aquellos inmensos ojos que no me dejaban en paz, se puso unos lentes de sol que le quedaban espectacular. Maldición… pensé. Me quedé en el extremo de la banca actuando tranquilo, esperando a que se quite esos lentes y se deje al descubierto. Maldito sol. Antes de que yo pudiera pensar, guardó su periódico y quiso pararse “¡espera!” grité. La cagué. Qué hago, qué hago, actúa rápido Alessandro. “¿eh… me prestas un lapicero?” tartamudeé. Ella se me quedó mirando con total asombro. Qué linda. Y saqué el periódico para responderle su sorpresa, señalándole el Sudoku y sonriéndole para intentar ser amistoso con ella. No soy bueno fingiendo ser amable. Pero sí soy bueno metiéndome en cabezas ajenas: No te vayas, le susurré. “Sí, claro” me respondió. Qué linda e inocente es. Intenté llenar el Sudoku pero no pude. Necesitaba ver sus ojos. 

“¿Esto es una clase de broma?” me interrumpió. ¿Cómo hacía para sorprenderme tanto y agarrarme
siempre desprevenido? “¿alguna amiga mía te ha mandado a hacer esto? Porque si es así, adelante, diles que saquen las cámaras, pero ya fue suficiente”. Me quedé atónito. Ella no me miraba, solo gritaba y me amenazaba con ese pequeño e inofensivo dedo índice. “No” le respondí. No sabía que más decir. “¡¿entonces qué quieres?!” me gritó. Quiero saber quién eres, quiero ver el color de tus ojos, quiero tocarte… quiero que me mires para poder manipular tus pensamientos, pensé. Pero ella no me miraba. A través de aquellas lunas negras me era imposible saber si nuestras miradas chocaban y me era imposible entrar a su cabeza. ¿Qué quiero? “Que te quites los lentes” me respondí a mí mismo, sin darme cuenta de que lo había dicho, no pensado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario