“Hola” fue lo único que se dignó a responder. No tenía ni un signo de
timidez, sus ojos pícaros relucían ante mí. En cambio, yo sudaba debajo de mi
ancha chompa y mis mejillas me ardían. Estaba echando humo, no sabía si de
molestia o de vergüenza. ¿Acaso esta era una broma pesada? Mal día para
hacérmela, no estaba de humor. “Te he hecho una pregunta” le afirmé clara y
decidida, no quería sonar arrepentida de habérmele acercado. Salir huyendo
estaba en mis planes. Si notaba algún indicio de mi teoría de que este chico era un pervertido, secuestrador, iba a salir corriendo. Esperé sus movimientos y su
respuesta. Me esquivó la mirada y tardó medio minuto en pensar una respuesta.
Era extraño como al principio estaba tranquilo y no me quitaba la mirada de
encima y ahora no podía mirarme fijamente. “Vil mentiroso” susurré para mis
adentros. No era psicóloga pero sabía que eso era una señal de que me iba a
mentir. Vi que su mano izquierda con la
que se sobaba el mentón bajaba
lentamente por su pecho hasta llegar detrás de su cadera. Todo eso pasó en tan
pocos segundos pero yo lo vi como si fuese en cámara lenta. Me alerté. Se me
pusieron los pelos de punta. “Va a sacar la pistola, va a sacar la pistola”
gritaba yo por dentro. “Dios mío, voy a morir, me va a secuestrar, me va a matar”
pensaba mientras intentaba actuar aparentemente tranquila frente a él. Observé los
cordones de mis zapatillas: atados. “Entonces corre” pensé. Alcé mi pie para salir corriendo hasta que vi
los lentes oscuros que sacaba del bolsillo de sus jeans. “Cálmate, cálmate solo
son unos lentes de sol” suspiré por dentro.
“No, no tengo ningún problema” me respondió a la vez que se ponía sus
lentes. “No te tapes tus lindos ojos…” pensé (¿qué me pasa?). “¿Y qué haces…? ejem... ¿Qué haces siguiéndome lunes tras lunes?” dije
alzando y aclarando mi voz que estaba en un hilo, me sentía realmente asustada.
“Vivo cerca” contestó con la voz
nuevamente tranquila. “¿Oh si?” me burlé con sarcasmo y él asintió con su
cabeza frescamente. Esperaba, rogaba, para que yo me viera tan tranquila como él
aunque por dentro me moría de angustia de estar al lado de un psicópata. “Bien…
bien… ehh… ¿podrías hacerme el favor de dejar de observarme como si fuera un
plato de comida?” le recriminé. “Yo no te estaba mirando” respondió inmediatamente.
“¿Ah no?” respondí rápidamente con sarcasmo para no darle tiempo de pensar, y
observé a través de esos RayBan oscuros esperando su respuesta. Pero me quedé
pensando mientras, y algo en mí me decía que él no me veía a mí. “No” objetó.
Le quité la mirada de encima confundida y avergonzada y rebuscaba en mi cabeza
algún recuerdo de él ¿si no me miraba a mi entonces qué hago yo acá? “Entonces
si tú no me mirabas…” tartamudeé mientras él negaba con la cabeza confirmando mi
error “¿Qué hacías?”. “Creo que eso ya no es de tu incumbencia” me respondió
con una nota de agresividad en su voz “pero yo vengo acá a descansar así como
tú y cualquier transeúnte en este pasaje” continuó. Algo en mí no le creía,
quizás algún presentimiento mío, pero muy dentro de mí le creí. Él no iba todos
los días a esa banca… a verme… a mí. “Entonces, ¿tú no me observabas?” pregunté
con timidez una vez más y él me negó con la cabeza nuevamente. Tuve mi mirada
pegada a la suya rebuscando en mi cabeza qué es lo que había acabado de
suceder. “Él no te miraba, él no iba todos los días a esa banca” me quedé
pegada a mis pensamientos “estás un poco paranoica, estás lo…” y desperté. “Pues,
bien… disculpa.” le manifesté mi error, me di media vuelta y me fui.
Caminé
todo el largo del pasaje mordiéndome los labios y con los ojos apunto de arrancármelos de la vergüenza. “Soy una estúpida” me lamentaba. Antes de voltear por aquel
edificio me dije a mi que voltee para mirarlo “no, no, no voltees… no, no…
¡voltea!” y volteé. Y ahí estaba él, parado en el mismo lugar donde lo dejé,
conversando con la rubia despampanante de mi universidad. Me giré de nuevo y me
seguí de largo por el camino hasta mi casa. Solo quería llorar de la furia y la
vergüenza.
No fui al lunes siguiente, ni al siguiente, no fui como un mes a ese
café. Ni pasé cerca por ese pasaje. Quizás estaba exagerando, fue tan solo un
error, pero odiaba cometer errores. Sin embargo, el café de la universidad me estaba
volviendo loca, leer en la biblioteca me estaba acribillando, el silencio me
hostigaba, hasta que me harté y me fui a mi extrañado café. Antes de caminar
hacia el pasaje me compré el periódico del día ya que ya había terminado mis
lecturas, acto seguido me dirigí a mi mesa cuadrada de siempre hasta que me
paré en seco: una pareja de ancianitos la ocupaba. Volví a mirar algún sitio
disponible, ninguno. “Maldición…” pensé. No había caminado hasta allí con estas
incómodas botas por puro gusto. Tampoco pretendía regresar a la biblioteca a
leer las noticias. Necesitaba solo un asiento para poder leer tranquila. Con el
aroma de café que emanaba en todo el lugar me conformaba. Miré a mí alrededor:
él único lugar vació era la banca, aquella banca... “Qué irónico” suspiré
rendida y me fui a sentar a leer el periódico tranquilamente.
El sol me molestaba la vista así que rebusqué a mi costado en mi bolso mis
lentes de sol. Al ponérmelos sentí una presencia al otro lado de la banca. Era
él. Me quedé inmóvil. Helada. Petrificada. Sentado al otro extremo de la banca,
con sus RayBan, una camisa de jean y la barba crecida, como descuidada. “Esto
no me puede estar pasando” pensé “qué vergüenza, debe seguir creyendo que soy
una loca, que vergüenza… actúa normal, actúa normal” me dije a mi misma y volteé rápidamente a pegar la vista en mi
periódico haciéndome la que no lo había notado. Pero la portada del periódico,
mujer secuestrada 21 días fue hallada muerta, no ayudó en nada “es un violador,
me quiere robar”. Guardé el periódico, agarré mi bolso prometiéndome nunca más
volver a ese lugar, estuve a punto de pararme e irme… “¡espera!” me dijo el
chico.
Me detuve a mirarlo con sorpresa “¿eh... eh… me, me prestas un lapicero?”
habló con total nerviosismo. Me quedé mirándolo hasta que alzó el periódico que
tenía al costado señalándome el Sudoku y mostrándome una falsa e incómoda sonrisa
de dientes blancos y perfectos. “No te vayas” me decía yo por dentro… o mi
instinto. “Sí, claro” respondí amable y sorprendida. Le entregué mi lapicero,
me acomodé de nuevo en aquella banca y me puse a leer fingiendo desinterés.
Pero no pude. Sentí su mirada sobre mí una y otra vez, me negué a mirarlo hasta
que pasado unos veinte minutos me cansé “¿esto es una clase de broma?” volteé a mirarlo y lo tomé por la guardia baja “¿alguna
amiga mía te ha mandado a hacer esto? Porque si es así, adelante, diles que
saquen las cámaras, pero ya fue suficiente”. Él se me quedó mirando,
sorprendido por mi provocación. “No” me respondió secamente. Mi furia creció: “¡¿entonces
qué quieres?!” le grité. “Que te quites los lentes” contestó.
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