lunes, marzo 31

Ojos Verdes II

“Hola” fue lo único que se dignó a responder. No tenía ni un signo de timidez, sus ojos pícaros relucían ante mí. En cambio, yo sudaba debajo de mi ancha chompa y mis mejillas me ardían. Estaba echando humo, no sabía si de molestia o de vergüenza. ¿Acaso esta era una broma pesada? Mal día para hacérmela, no estaba de humor. “Te he hecho una pregunta” le afirmé clara y decidida, no quería sonar arrepentida de habérmele acercado. Salir huyendo estaba en mis planes. Si notaba algún indicio de mi teoría de que este chico era un pervertido, secuestrador, iba a salir corriendo. Esperé sus movimientos y su respuesta. Me esquivó la mirada y tardó medio minuto en pensar una respuesta. Era extraño como al principio estaba tranquilo y no me quitaba la mirada de encima y ahora no podía mirarme fijamente. “Vil mentiroso” susurré para mis adentros. No era psicóloga pero sabía que eso era una señal de que me iba a mentir. Vi  que su mano izquierda con la que se sobaba el mentón bajaba lentamente por su pecho hasta llegar detrás de su cadera. Todo eso pasó en tan pocos segundos pero yo lo vi como si fuese en cámara lenta. Me alerté. Se me pusieron los pelos de punta. “Va a sacar la pistola, va a sacar la pistola” gritaba yo por dentro. “Dios mío, voy a morir, me va a secuestrar, me va a matar” pensaba mientras intentaba actuar aparentemente tranquila frente a él. Observé los cordones de mis zapatillas: atados. “Entonces corre” pensé.  Alcé mi pie para salir corriendo hasta que vi los lentes oscuros que sacaba del bolsillo de sus jeans. “Cálmate, cálmate solo son unos lentes de sol” suspiré por dentro.

“No, no tengo ningún problema” me respondió a la vez que se ponía sus lentes. “No te tapes tus lindos ojos…” pensé (¿qué me pasa?). “¿Y qué haces…? ejem...  ¿Qué haces siguiéndome lunes tras lunes?” dije alzando y aclarando mi voz que estaba en un hilo, me sentía realmente asustada.  “Vivo cerca” contestó con la voz nuevamente tranquila. “¿Oh si?” me burlé con sarcasmo y él asintió con su cabeza frescamente. Esperaba, rogaba, para que yo me viera tan tranquila como él aunque por dentro me moría de angustia de estar al lado de un psicópata. “Bien… bien… ehh… ¿podrías hacerme el favor de dejar de observarme como si fuera un plato de comida?” le recriminé. “Yo no te estaba mirando” respondió inmediatamente. “¿Ah no?” respondí rápidamente con sarcasmo para no darle tiempo de pensar, y observé a través de esos RayBan oscuros esperando su respuesta. Pero me quedé pensando mientras, y algo en mí me decía que él no me veía a mí. “No” objetó. Le quité la mirada de encima confundida y avergonzada y rebuscaba en mi cabeza algún recuerdo de él ¿si no me miraba a mi entonces qué hago yo acá? “Entonces si tú no me mirabas…” tartamudeé mientras él negaba con la cabeza confirmando mi error “¿Qué hacías?”. “Creo que eso ya no es de tu incumbencia” me respondió con una nota de agresividad en su voz “pero yo vengo acá a descansar así como tú y cualquier transeúnte en este pasaje” continuó. Algo en mí no le creía, quizás algún presentimiento mío, pero muy dentro de mí le creí. Él no iba todos los días a esa banca… a verme… a mí. “Entonces, ¿tú no me observabas?” pregunté con timidez una vez más y él me negó con la cabeza nuevamente. Tuve mi mirada pegada a la suya rebuscando en mi cabeza qué es lo que había acabado de suceder. “Él no te miraba, él no iba todos los días a esa banca” me quedé pegada a mis pensamientos “estás un poco paranoica, estás lo…” y desperté. “Pues, bien… disculpa.” le manifesté mi error, me di media vuelta y me fui.

Caminé todo el largo del pasaje mordiéndome los labios y con los ojos apunto de arrancármelos de la vergüenza. “Soy una estúpida” me lamentaba. Antes de voltear por aquel edificio me dije a mi que voltee para mirarlo “no, no, no voltees… no, no… ¡voltea!” y volteé. Y ahí estaba él, parado en el mismo lugar donde lo dejé, conversando con la rubia despampanante de mi universidad. Me giré de nuevo y me seguí de largo por el camino hasta mi casa. Solo quería llorar de la furia y la vergüenza.

No fui al lunes siguiente, ni al siguiente, no fui como un mes a ese café. Ni pasé cerca por ese pasaje. Quizás estaba exagerando, fue tan solo un error, pero odiaba cometer errores. Sin embargo, el café de la universidad me estaba volviendo loca, leer en la biblioteca me estaba acribillando, el silencio me hostigaba, hasta que me harté y me fui a mi extrañado café. Antes de caminar hacia el pasaje me compré el periódico del día ya que ya había terminado mis lecturas, acto seguido me dirigí a mi mesa cuadrada de siempre hasta que me paré en seco: una pareja de ancianitos la ocupaba. Volví a mirar algún sitio disponible, ninguno. “Maldición…” pensé.  No había caminado hasta allí con estas incómodas botas por puro gusto. Tampoco pretendía regresar a la biblioteca a leer las noticias. Necesitaba solo un asiento para poder leer tranquila. Con el aroma de café que emanaba en todo el lugar me conformaba. Miré a mí alrededor: él único lugar vació era la banca, aquella banca... “Qué irónico” suspiré rendida y me fui a sentar a leer el periódico tranquilamente.

El sol me molestaba la vista así que rebusqué a mi costado en mi bolso mis lentes de sol. Al ponérmelos sentí una presencia al otro lado de la banca. Era él. Me quedé inmóvil. Helada. Petrificada. Sentado al otro extremo de la banca, con sus RayBan, una camisa de jean y la barba crecida, como descuidada. “Esto no me puede estar pasando” pensé “qué vergüenza, debe seguir creyendo que soy una loca, que vergüenza… actúa normal, actúa normal” me dije a mi misma y  volteé rápidamente a pegar la vista en mi periódico haciéndome la que no lo había notado. Pero la portada del periódico, mujer secuestrada 21 días fue hallada muerta, no ayudó en nada “es un violador, me quiere robar”. Guardé el periódico, agarré mi bolso prometiéndome nunca más volver a ese lugar, estuve a punto de pararme e irme… “¡espera!” me dijo el chico.
Me detuve a mirarlo con sorpresa “¿eh... eh… me, me prestas un lapicero?” habló con total nerviosismo. Me quedé mirándolo hasta que alzó el periódico que tenía al costado señalándome el Sudoku y mostrándome una falsa e incómoda sonrisa de dientes blancos y perfectos. “No te vayas” me decía yo por dentro… o mi instinto. “Sí, claro” respondí amable y sorprendida. Le entregué mi lapicero, me acomodé de nuevo en aquella banca y me puse a leer fingiendo desinterés. Pero no pude. Sentí su mirada sobre mí una y otra vez, me negué a mirarlo hasta que pasado unos veinte minutos me cansé “¿esto es una clase de broma?” volteé  a mirarlo y lo tomé por la guardia baja “¿alguna amiga mía te ha mandado a hacer esto? Porque si es así, adelante, diles que saquen las cámaras, pero ya fue suficiente”. Él se me quedó mirando, sorprendido por mi provocación. “No” me respondió secamente. Mi furia creció: “¡¿entonces qué quieres?!” le grité. “Que te quites los lentes” contestó.


  tobecontinued.


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