El día que te conocí estabas riéndote cerca a mí apoyada en la pared. Fue una de las casualidades más
bonitas que he tenido en la vida. Te tropezaste y te agarré de los brazos para
evitar la caída. Me miraste y me sonreíste, nunca sacaré esa imagen de mi
cabeza. Bailamos a la par, con ritmo, como si ya hubiéramos bailado toda una
eternidad. Esa noche supe que estaba conociendo a una mujer que me iba a
cambiar la vida, y no me equivoqué. Te conocí más a fondo queriéndote conocer
cada día más. Eras mi propia caja de pandora, cada día me salías con una
sorpresa diferente, y me gustaba. Sentía que era imposible conocerte del todo,
pero el proceso de descubrirte me gustaba mucho.
He salido con tantas chicas antes
que hasta ya he perdido la cuenta, pero no eran tú. No tenían una mente tan
transparente y tranquila, no buscaban algo en mí, no me inquietaban el alma. He
querido de las mil maneras en que se puede querer a alguien, pero tú me quisiste más de lo que me quiso quien
más me marcó. Me hiciste planear un futuro y preocuparme por él... llegaste a ser
parte de él. Eras de las que se sentaban conmigo en el techo a ver estrellas y
a hablar del universo, pero también me escuchabas hasta cuando yo hablaba de
más.
Sacaste lo mejor de mí, hiciste
que me quisiera un poco más para gustarte más a ti, pero a la vez dejaste que
mi ego quede en segundo lugar para ponerte tú primero en mi vida. Mis sueños,
mis historias, mis anhelos tenían escritos tu nombre con tinta indeleble. Eres
la mejor persona que conocí en mi vida, pero nunca fuiste mía, porque nunca tuve el valor de pedirte que lo fueras. Y te perdí.
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